martes, 13 de octubre de 2009

De la novela Paradiso.

"Cuando estás parado parece que estás creciendo, pero hacia dentro, hacia el sueño. Nadie se puede dar cuenta de ese crecimiento". (Paradiso Cap V. p 90).


"Se decide antes que yo, llega antes que yo, me doy cuenta que es un animal más fino. No siento deseos de irritarlo, sino de acatarlo. Me gustaría que me confiase secretos. No quisiera pincharlo, sino si le pasase algo desagradable, si lo asaltasen en el campo unos ladrones y lo amarrasen a un árbol, me gustaría ser el que lo zafase, el que lo ayudó a zafar en nudo, y sin que él me dijese nada, ni siquera las gracias, pero que existiese ese hecho, eso que a mí me parecería buena suerte, buena sangre para unos cuantos días. No hacerle ningún daño yo, sino que se lo haga otro, entonces llegar yo para ayudarlo, cortar las cuerdas de la silla donde lo amarraron". (Paradiso Cap V p 90).


"Un día vi en el zoológico un oso tibetano, se siente siempre intranquilo, aunque nada a su alrededor tienda a irritarlo, gira, persigue un enemigo que no llega, enarca las orejas, escarba, mira con odio a una invisible fruta que descuelga. Exteriormente impasible, pero por dentro la inútil intranquilidad del oso tibetano. ¿Cuál será su sueño? ¿Cómo hacer que ocurran al mismo tiempo la amistad visible y la enemistad invisible?" (Cap V p 91).


"Abrió la puerta, que lucía tatuajes de fórmulas matemáticas y variantes grotescas del frenesí. Un cuerpo extendido en su mediodía perezoso, con un cabrito escondido detrás de un cocotero, con una inscripción semiborrada, que por su encadenamiento semicircular parecía surgiendo del menguante: Qué tu sombra me apriete. Olaya estaba desnudamente dormido, la ropa hinchada por el descuido, náufrago que ha puesto su ropa al fuego. Apoyada la espalda en la pared donde crecía el esternón del plomo de la ducha. Detenida entre el índice y el anillo de la mano derecha, la flor del sexo pendía en el hastío final de la desnudez, cuando el sueño comienza a inclinarnos en la primera victoria de Angra Mainyu, que despierta como la muerte. (Cap V p 94).


"Divisó sentada en los bancos del parque, sorpresa mayor de la noche, a la defensora tenaz de la pitahaya. Para mitigar la sorpresa se apoyó por detrás del banco. Estaba aún el lapicero, viendo cómo los resortes no entreabrían las distintas pintas. Repasaba el lapicero con cariño, como con recuerdos. Cuando Olaya se le hizo visible, éste tomó la pequeña fuente de colores. Las puntas de los resortes terminaban ahora al instante sus distintas lenguas. Se sentó a su lado y le interpuso una hoja de papel para el aprendizaje del flautín de cuatro elementales notas de color. Viéndole aún voluptuosamente torpe, le tomó la mano y se la guiaba por los laberintos de redondillas. Después la fue ciñendo, al principio un poco de temblor, que le producía gozosos escalofríos; después, con armoniosa confianza, como quien toma el fragmento de las asignaciones. Ella comenzó a contar. Con la linda torpeza con que no le respondían en el lapicero las lenguas coloreadas, su lengua decía sin compuertas y sin inhibiciones. No se defendía, no sabía defenderse; podía atacar al viejo de la pitahaya, a lo que le fuera nieve indiferente y fea, pero no a lo que viniera sobre ella con gusto y claridad". (Paradiso. C V p102).


"En la alquimia china se intenta reemplazar los cuerpos por su color, manteniendo ése la mismas cualidades del cuerpo sobre el que se aposenta. Es decir, el cinabrio que se asemeja en la alquimia china a la sangre, es reemplazado por el pájaro escarlata de los cinco colores. Se le mezcla en el caldero con el líquido hirviente y comienzan las metamorfosis de los cinco colores: blanco, amarillo, negro, verde y rojo. Cada uno de los cinco dragones que representan los cinco colores, pierden su figura y se convierten en sucesión de color, en sus incesantes mutaciones. La sustancia hirviente comienza a fraccionarse en estalactitas, en una formación tan irregular, dice la fórmula alquímica, como una dentadura de perro. Aparecen variaciones rocosas que se apoyan sucesivamente. Ése es el momento que tiene que ser captado por el pintor chino". (Paralelos. La pintura y la poesía en Cuba (siglos XVIII Y XIX) En: La materia Artizada P 126).


"Los primeros días vengaba su soledad acostándose en la cama camera y contemplándose anadiomena en el espejo. A medida que fue asegurando las proporciones y números claves de la cronología de regreso de la prima, fue extendiéndose por los corredores. Ahora se sentaba frente al caserón colonial hasta que empezaba la verdad de la noche, allá por las doce y media. El ceñimiento de Olaya había alcanzado la vía unitiva. Se veía que para los dos aquél sería un día mayor en las secesiones lunares. La defensora de la pitahaya se desmayaba sobre su hombro, comenzando a gemir". (Paradiso C V p102).


"Un error de su naturaleza lo llevaba a mostrarse inexorable cuando se esperaba algo de él, tenía que aparecer la sobreabundancia, en la sorpresa, su intervención tenía que sentirla como un sortilegio. Pero Rialta no se decidió a intervenir en ese laberinto, y soltó su pregunta, vibrándole el cuerpo por el amor de iniciar un tema sin desarrollo mélodico:- ¿Quién era el amigo que te acompañaba?". (Paradiso C VP 108).


"-Venga a estudiar con Albertico por la noche- le dijo Andrés Olaya a José Eugenio-. Después Rialta toca el piano y nos trae el chocolate. Matemática, música y chocolate, excelentes divinidades para su edad". (Paradiso CV 112).

Capitulo IX.


“-Mientras esperaba tu regreso, pensaba en tu padre y pensaba en ti, rezaba el rosario y me decía: ¿Qué le diré a mi hijo cuando regrese de ese peligro? El paso de cada cuenta del rosario, era el ruego de que una voluntad secreta te acompañase a lo largo de la vida, que siguieses un punto, una palabra, que tuvieses una obsesión que te llevase siempre a buscar lo que se manifiesta y lo que se oculta. Una obsesión que nunca destruyese las cosas, que buscase en lo manifestado lo oculto, en lo secreto que asciende para que la luz lo configure (…) Óyeme lo que te voy a decir: No rehúses el peligro, pero intenta siempre lo más difícil. Hay el peligro que enfrentamos como una sustitución, hay también el peligro que no engendra ningún nacimiento en nosotros, el peligro sin epifanía. Pero cuando el hombre, a través de sus días, ha intentado lo más difícil, sabe que ha vivido en peligro, aunque su existencia haya sido silenciosa, aunque la sucesión de su oleaje haya sido manso, sabe que ese día que le ha sido asignado para su transfigurarse, verá, no los peces dentro del fluir, lunarejos en la movilidad, sino los peces en la canasta estelar de la eternidad”. (231)“La muerte de tu padre pudo atolondrarme y destruirme, en el sentido de que me quedé sin respuesta para el resto de mi vida, pero yo sabía que no me enfermaría, porque siempre conocí que un hecho de esa totalidad engendraría un oscuro que tendría que ser aclarado en la transfiguración que exhala la costumbre de intentar lo más difícil, desaparecer, vivir tan sólo en el hecho potencial de la vida de mis hijos. A mí ese hecho, como te decía, de la muerte de tu padre me dejó sin respuesta, pero siempre he soñado, y esa ensoñación será siempre la raíz de mi vivir, que esa sería la causa profunda de tu testimonio, de tu dificultad intentada como transfiguración, de tu respuesta. Algunos impostores pensarán que yo nunca dije estas palabras, que tú las has intencionado, pero cuando tú des la respuesta por el testimonio, tú y yo sabremos que sí las dije y que las diré mientras viva y que tú las seguirás diciendo después que me haya muerto”. (231) “Serían las cuatro y media de la mañana cuando Cemí volvió a su cuarto de estudio. Las palabras que le había oído a su madre, le habían comunicado un alegre orgullo. El orgullo consiste en seguir el misterio de una vocación, la humildad dichosa de seguir en un laberinto como si oyéramos una cantata de gracia, no la voluntad haciendo ejercicio de soga. (…)”. (231)

Lezama Lima

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