martes, 13 de octubre de 2009


Estrechos son los bajeles - I

….Estrecho son los bajeles, estrecho nuestro lecho.
Inmensa la extensión de las aguas, más vasto nuestro
Imperio.
En las cerradas estancias del deseo.
Entra el Verano que viene de mar. A la mar sola
diremos
Que extranjeros fuimos en las fiestas de la ciudad,
Y que astro ascendiente de las fiestas submarinas
Vino una noche a husmear en nuestro lecho, el
lecho de lo divino.
En vano la tierra próxima nos traza su frontera.
Una misma ola por el mundo, una misma ola desde
Troya
Menea su cadera hasta nosotros. En la alta mar
muy lejos de nosotros se imprimió antaño ese soplo…
Y el rumor una noche fue grande en las estan-
cias: ¡la muerte misma, a son de caracolas, no se ha-
ría oír en ellas!
¡Amad, oh parejas, los bajeles; y la mar alta en las
estancias!
La tierra una noche lleva sus dioses, y el hombre
da caza a las bestias leonadas; las ciudades se desgas-
tan, las mujeres sueñan…Que haya siempre a
nuestra puerta
Esa alba inmensa llamada mar –selección de alas
y levantamiento de armas; amor y mar del mismo le-
cho, amor y mar en el mismo lecho-
y este diálogo aún en las cámaras.

Estrechos son los bajeles - II

"… ¡Amor, amor que tan alto tienes el grito de mi
nacimiento, que es de mar en marcha hacia la Aman-
te! Viña vendimiada sobre toda playa, beneficio de
espuma en toda carne, y canto de burbujas sobre las
arenas… ¡Homenaje, homenaje a la Vivacidad di-
vina!
Tú, el hombre ávido que me desnudas: patrón más
tranquilo que a bordo el patrón del navío. Y tanta
tela se desata, no hay más mujer que aparejada. Se
abre el Estío que vive de mar: Y mi corazón te abre
una mujer más fresca que el agua verde: semilla y
savia de dulzura, el ácido a la leche mezclado, la sal
a la sangre muy viva, y el oro y el yodo, y el sabor
también del cobre y su principio de amargura
toda la mar en mí llevada como la urna maternal…

Y sobre la playa de mi cuerpo el hombre nacido
de mar se ha tendido. Que refresque su rostro en la
fuente misma bajo las arenas; y se regocije sobre mi
era, como el dios tatuado de helecho macho…Mi
amor, ¿tienes sed? Soy mujer a tus labios más nueva
que la sed. Y mi rostro entre tus manos como en las
manos frescas del náufrago, ¡ah! Que te sea en la no-
che caliente frescor de almendra y sabor de aurora,
y conocimiento primero del fruto sobre la ribera
extranjera.
Soñé, la otra noche, islas mas verdes que el sueño…
Y los navegantes descienden a la ribera en busca
de un agua azul; ven- es el reflujo- el lecho
rehecho de las arenas chorreantes: la mar arborescente
deja allí, filtrándose, esas puras huellas capilares,
como grandes palmeras martirizadas, altas muchachas extasiadas
y llorosas que la mar acuesta con
sus taparrabos y sus trenzas desatadas.

Y estas son figuraciones del sueño. Pero tú, hombre
de frente recta, tendido en la realidad del sueño,
bebes en la propia boca redonda, y sabes su revestimiento
púnico: carne de granada y corazón de
tuna, higo de África y fruto de Asia…Frutos de la
mujer, oh mi amor, son más que frutos de mar: de
mí, ni pintada ni adornada, recibe las arras del Estío
de mar…"

Estrechos son los bajeles - III

"…En el corazón del hombre, soledad. Extraño el hombre, sin ribera, cerca de la mujer, ribereña. Y mar yo mismo a tu oriente, como tu arena de oro mezclado, que vaya yo aún y demore en tu ribera, en el desatarse muy lento

de tus anillos de arcilla –mujer que se hace y deshace con la ola que la engendra…

Y tú, más casta de estar mas desnuda, de tus solas manos vestida, no eres Virgen de los grandes fondos, Victoria de bronce o de piedra blanca que se extrae, con el ánfora, en las grandes redes cargadas de algas de los destajeros del mar; sino carne de mujer a mi rostro, calor de mujer bajo mi olfato, y mujer que prende su aroma como la llama de fuego rosa entre los dedos semicerrados.

Y como la sal está en el trigo, la mar en ti en su principio, la cosa en ti que fue de mar, te ha dado ese sabor de mujer feliz y a la que uno se acerca…

Y tu rostro está invertido, tu boca es fruto para consumir a fondo de barca en la noche. Libre mi aliento sobre tu garganta, y la crecida, por todas partes, de las capas del deseo, como en las mareas de luna próxima, cuando la tierra hembra se abre al mar salaz y flexible, ornado de burbujas hasta en sus charcas, sus pantanos, y el mar alto en la pasturanza hace ruido de noria

Y la noche está llena de eclosiones.



Oh amor mío con sabor de mar, que otros pazcan lejos de mar la égloga al fondo de valles cerrados –mentas, toronjil y meliloto, tibiezas de alisón y de orégano, y hable allí el uno de colmenas y el otro trate de rediles, y la oveja afelpada bese la tierra al pie de los muros de polen negro. En la época en que se anudan los melocotoneros y se desbrozan las vides, yo corté el nudo del cáñamo que mantiene el casco sobre su anguila, en su cuna de madera. ¡Y mi amor está en los mares! ¡Y mi quemadura está en los mares!...

Estrechos son los bajeles - IV

Estrechos son los bajeles, estrecha la alianza; y mas estrecha tu medida, oh cuerpo fiel de la Amante...
¿Y qué es ese cuerpo mismo, sino imagen y forma de bajel? Barquilla y navío, y nave votiva, hasta en su paertura mediana; industriado en forma de carena, y sobre sus curvas modelado, plegando el doble arco de marfil al gusto de las curvasnacidas del mar. ... Los ensambladores de cascos, en todo tiempo, tuvieron esa manera de ligar la quilla al juego de las cuadernas y varengas.


Bajel, mi hermoso bajel, que cede en sus cuadernas y porta la carga de una noche de hombre, me eres bajel portador de rosas.
Rompes sobre el agua cadena de ofrendas. Y henos aquí, contra la muerte, sobre los caminos de acantos negros de la mar escarlata...Inmensa el alba llamada mar, inmensa la extensión de las aguas, y sobre la tierra hecha sueño en nuestros confines violetas, ¡toda la marejada a lo lejos se levanta y se corona de jacintos como un pueblo de amantes!

No hay usurpación mas alta que en el bajel del amor.

Estrechos son los bajeles - V

”Mis dientes son puros bajo tu lengua. Pesas sobre mi corazón y gobiernas mis miembros. Patrón del lecho, oh mi amor, como el Patrón del navío. Dócil la barra a la presión del Patrón, dócil la ola en su poderío. Y es otra en mí quien gime con el aparejo... Una misma ola por el mundo, una misma ola hasta nosotros, en lo mas remoto del mundo y de su edad... Y tanto oleaje, y por doquiera, que sube e irrumpe hasta en nosotros...

¡Ah! no seas un patrón duro por el silencio y por la ausencia, ¡piloto muy hábil, amante demasiado atento! Toma, toma de mí más que don de ti mismo. Amando ¿no querrías también ser el Amado?...
Temo, y la inquietud habita bajo mi seno. A veces, el corazón del hombre a lo lejos se extravía, y bajo el arco de su ojo hay, como en los grandes arcos solitarios, ese muy grande lienzo de mar de pie en las puertas del Desierto...

Oh tú, obsedido como el mar, por cosas lejanas y mayores, te he visto, cejijunto, buscar más allá de la mujer. La noche en que navegas ¿no tendrá, pues, su isla, su ribera? ¿Quién, pues en tí siempre se aliena y se reniega?- Pero no, has sonreído, eres tú, vienes a mi rostro, con toda esa gran claridad de umbría como de un gran destino en marcha sobre las aguas (¡oh mar repentinamente herido de brillo entre sus grandes sementeras de limo verde y amarillo!) Y yo, tendida sobre mi flanco derecho, oigo latir tu sangre nómade contra mi pecho de mujer desnuda.

Estas ahí, amor mío, y lugar solo tengo en tí. Elevaré hacia tí la fuente de mi ser, y te abriré mi noche de mujer, mas clara que tu noche de hombre: y la grandeza en mí de amar te enseñará
tal vez la gracia de ser amado. ¡Licencia entonces a los juegos del cuerpo! ¡Ofrenda, ofrenda, y favor de ser! La noche te abre una mujer: su cuerpo, sus puertos, su ribera; y su noche prístina
en que yace toda memoria.
¡Amor haga de ella su guarida!

...Estrecha mi cabeza entre tus manos, estrecha mi frente ceñida de hierro. Y mi rostro comible como fruto de ultramar: el mango ovalado y amarillo, rosa fuego, que los corredores de Asia sobre losas de imperio, depositan una noche, antes de medianoche, al pie del Trono taciturno...Tu lengua es en mi boca como salvajería de mar; el sabor del cobre está en mi boca. Y nuestro alimento en la noche no es alimento de tinieblas, ni nuestro brebaje, en la noche, es bebida de cisterna.

Estrecharás el círculo de tus dedos sobre mis muñecas de amante, y mis muñecas serán, entre tus manos, como muñecas de atleta bajo su banda de cuero. Llevarás mis brazos anudados mas allá de mi frente; y uniremos así nuestras frentes, como para la realización conjunta de grandes cosas en la arena, de grandes cosas a vista de mar, y yo misma seré tu muchedumbre en la arena, entre la fauna de tus dioses.

Estrechos son los bajeles - VI

O bien, ¡libres mis brazos!...y mis manos tienen
licencia en el atelaje de tus músculos –sobre todo
ese altorrelieve de la espalda, sobre todo ese nudo mo-
vedizo de tus riñones, cuadriga en marcha de tu fuer-
za como la musculatura misma de las aguas. ¡Te loa-
ré con las manos poderío! Y tú, nobleza del flanco
viril, pared de honor y de altivez que guarda todavía,
desnuda, como la huella de la armadura.
El halcón del deseo tira de sus pihuelas de cuero.
El amor cejijunto se inclina sobre su presa. Y yo, yo
he visto mudarse tu rostro, ¡depredador! Como aconte-
ce a los rateros de ofrendas en los templos, cuan-
do cae sobre ellos la irritación divina…Tu dios
nuestro huésped de paso, Congrio salaz del deseo,
remonta en nosotros el curso de las aguas. El óbolo
de cobre está sobre mi lengua, el mar llamea en los
templos, y el amor ruge en las caracolas como el
Monarca en las salas del Consejo.
¡Amor, amor, faz extranjera! ¿Quién te abre en nos-
otros sus vías de mar? ¿Quién toma el timón, y con
qué manos?... ¡Corred a las máscaras, dioses precarios!
¡Cubrid el éxodo de los grandes mitos! El Estío, cru-
zado de otoño, rompe en las arenas recalentadas sus
huevos de bronce jaspeados de oro en que crecen los
monstruos, los héroes. Y la mar a lo lejos huele fuer-
temente a cobre y al olor del cuerpo masculino…
¡Alianza de mar es nuestro amor que sube a las Puer-
tas de Sal Roja!”

Saint John Perse.

La tierra incomparable

Hace tiempo que te debo palabras de amor:
o tal vez sean las que cada día
huyen deprisa apenas pronunciadas
y la memoria las teme, que transforma
los signos inevitables en diálogo
enemigo enconado del alma. Tal vez
el rumor de la mente no deja oír
mis palabras de amor o el miedo
al eco arbitrario que desenfoca
la imagen más débil de un sonido
afectuoso: o tocan la invisible
ironía, su naturaleza de hoz
o mi vida ya cercada, amor .
O tal vez sea el color que las deslumbra
si chocan con la luz
del tiempo que vendrá a ti cuando el mío
no pueda ya llamar amor oscuro
amor ya llorando
la belleza, la ruptura impetuosa
con la tierra incomparable, amor

Salvatore Quasimodo

Homenaje al lenguaje

Primera parte

*Ya pasó el tiempo en que me acercaba a ti como a un
almácigo. Entraba en tu ámbito extenso, casi
inconmensurable, más allá del contexto, como
quien entra más allá de sí mismo al páramo
donde se encuentra. Me quedaba mirándote sin
escribir, era como la misma hora siempre, era
como una paz
o una especie de paz. Desaparecían las tensiones. Era
como una especie de paz en extinción.

*No había árboles
pero tampoco guerra. Yo sabía que al entrar en ti, como
quien entra en tu lugar, no iba a ganar el premio. Y todo
lo que tenía encima me presionaba. El sol, siempre, es
una gran presión.

*Yo era los animales.
Yo era los animales pacificados
pero no por tu música sino por tu silencio. Por los
acordes que no oía, por las voces
que no escuchaba, hay una prolongación, muy extraña,
de rododendros. Yo logré ser -y ese es mi triunfo-
un silencio de los animales esperando de ti
o una especie, una señal.

*Estoy quitando dar,
estoy quitando dar al entrar en ti,
no estoy dando,
estoy quitándole a Gabriela,
estoy quitándole a Alejandro,
no soy, al entrar en ti,
mi segundo nombre. Amor, juegos contigo, miradas
al cielo -¿cómo es posible que existan estos árboles
sobre el cielo, tan ausentes de nosotros?-
No es que no los quiera: necesito pedir perdón.
Por eso entro.

*Dividí el mundo en dos, lo partí.
Están los que dan
y están los que no dan. Es muy simple.
Está el sol, ese huevo tan extraño que ya no
recuerda nada, y está la luna más extraña,
aún estando el sol, en su continuidad.
No recuerda su propia creación, su momento.
Y siento que una frontera me sigue.

*Yo no entraba en ti buscando poesía,
ni extraños frutos, ni paraíso, ni
manifestación. No tenía la menor idea
de lo que era una epifanía 0 un dejarse,
un caer. Entraba buscándote a ti.
La carne que me diste vino sola,
no pedida, como pulpa de Dios. Pero entonces
-yo no pedía nada, yo no sabía nada- ¿por qué
me culpo?


Segunda parte

* ¿La ausencia es mi centro?
¿Ese centro lo llena la escritura?
¿No lo llenan Gabriela,
Leonora, Andrés y Alejandro?
¿Pedirles que llenen mi ausencia
-si la ausencia es mi ausencia-
no es pedirles que me sirvan de soporte
para no caer?
¿La tristeza que siento cuando los veo
no es la tristeza por quererlos mediado por mi ausencia?

*Si la ausencia es mi ausencia
estoy identificado con lo que no está.
Si estoy identificado con lo que no está

de alguna manera no estoy.
¿Cómo querer si no estoy?
¿Qué me puede hacer estar
para volver a querer a los que quiero
sin verlos como a la distancia,
sin poder acercarme a ellos?
¿La escritura puede hacerme estar?
¿Es la escritura la asunción de la ausencia?

*La ausencia es un dolor
vuelto vacío, es un cambio
de centro: un centro que ya no está fuera
sino adentro.
Escribir es permitir
que la ausencia crezca
en sus dominios internos, que vaya
por sus propios fueros. Escribir
es reconocer el adentro, es
verlo.
Pero es un adentro que sale, se asoma
a la ventana, revela la ausencia.

*Olvidé durante mucho tiempo
que la palabra es de adentro,
enamorado tal vez de tanto verla fuera,
de tanto mundo que insiste en que la palabra es de afuera,
como si la palabra sólo comunicara
cuando la palabra no sólo es lazo.
Una palabra condenada a celebrar
o a condenar el mundo,
una palabra del mundo
no puede durar mucho tiempo.

*Una parte de la palabra
debe permanecer en su adentro.
Una parte de la palabra es secreto.
No sé si para toda la poesía:
para estos poemas.
Esa parte de la palabra que es secreto
protege su adentro.
Es la parte vigilante de la palabra,
la parte de la palabra que no habla,
su parte guardián de la frontera.
Es la parte-silencio de la palabra
que ya no escuchamos
empeñados en que la palabra hable por completo.
Olvidamos -olvidé- que el hombre-palabra
tiene una parte silencio.
El pájaro es todo el pájaro
pero la palabra no es toda palabra ella,
es parte silencio y parte habla.
Este es el aviso de la palabra:
silencio-aguas.
Gracias a Gabriela que me dijo:
«olvida todo y ponte a escribir.»
Esto es más o menos sincero.

Tercera parte

*Se puede bucear más,
siempre se puede más
averiguar los peces
del fondo.
Sin olvidar que parte
de la palabra es silencio.

*Ir allí
y volver
para que la memoria nazca
y muera el recuerdo.
Ir allí pero regresar a casa.
No olvidar por el camino que una parte
de la palabra es silencio.

*Ir a buscar el origen del dolor,
el prístino, el inmaculado o casi,
porque aún ese tiene rezagos de tiempo
como una cabeza coronada de polvo
o un sombrero cubierto de hojas verdes.
Es lo que queda del regreso: no olvidar
que parte de la palabra es silencio.

*Se puede parodiar al sol,
cómo no se va a poder decir que bien vale una parodia
el sol, una parodia que quema.
Parodiar esa garza por su pata
y por la otra que se dobla
explícita.
Es posible no entender una garza
sin olvidar que parte de la palabra es silencio.

*Es posible morder la mano
que te da de comer. Por justicia,
no por arrepentimiento.
Y dejar la mano intacta
sin la huella de los dientes.
Una vez es posible ser un perro.
Sin olvidar que una parte de la palabra es silencio.
No la más fiel, la más buena.

*Todo se puede en este mundo
a juzgar por los hechos
que no dejan mentir.
Esos hechos, los encargados
de frenar el exceso. El exceso,
esa cresta que en la aurora canta todo su Poder
es la potencia misma donde el abismo se expresa.
El exceso no cree en los hechos.
Olvida el exceso que parte de la palabra es silencio.

*Es posible ser sincero
pese al corazón expuesto
a la mordida del perro que pasa.
Siempre hay un perro que pasa
alrededor del sincero,
muy cerca, peligrosamente,
del corazón expuesto.
A tres pasos del estacionamiento,
en el cantero crece el ciruelo.
*Escrito esto,
pidiendo que no haya represalia
del destino cierto.
Con el dolor dicho,
con el pasado ausente,
con cierta paz, con esta noche
y para ella.

Ella es Gabriela.

Eduardo Milan.

A una niña

(como las raices, silenciosamente habla la niña y responde el poeta)


El árbol se ha metido en mis manos,

la savia ha subido a mis brazos,

el árbol ha crecido en mi pecho

hacia abajo.

Las ramas me brotan como brazos.



Arbol eres,

musgo eres,

eres violetas con viento sobre ellas,

una niña -¡tan alta!- tú eres;

y todo esto es locura para el mundo.


Ezra Pound

Cuestión de creencias.

No le creas en nada a los que hablan mal de mí
y si soy yo uno de ellos, no me creas
Filis, distingue el amor a la verdad
de la verdad del amor por el que el uno y la otra
no están unidos, como aquí, por palabras
ni por historias de más o de menos.
Por nonata primero y luego ausente
eres de esas historias la excluida
y maldita la gracia que muchas de ellas me hacen
No te las cuento para entretenerte
pero tampoco para que te preocupen
despreocupadamente te las cuento
porque nos dejen solos mis recuerdos
y la que cuenta es la más triste de todas:
como sujeto del amor y su objeto
en ese entonces me entretuve con Tánatos
desbaratando el tejido de Ariadna
el hilo rojo de mi propia vida
que la devanadera de las parcas
recuperaba de los puntos idos
del tapiz imposible de acabar
innecesariamente laberíntico
Nadie puede anidar en una fosa
y en ese nido de sepulturero
me abandonó, mientras dormía, Febo
como el lector a las historias ciegas
como el tapiz a los dibujos muertos
como Teseo a Ariadna en una isla
así dejé que hablaran mal de mí
y que al llegar tú pudieras, no sin razón, oírlos
y escucharlos, en eso, yo mismo me equivoco
porque no estabas ni eras
Ven ahora a tejerme a que te teja
lúcidamente ciegos como dos de esos pájaros
que vuelan por parejas, con un ala
pugnaces como topos, ciegamente
Y no creas de mí lo que se dice
piensa en lo que podamos hacer juntos.

Enrique Lihn.

Es para llorar

Es para llorar que buscamos nuestros ojos
Para sostener nuestras lágrimas allá arriba
En sus sobres nutridos de nuestros fantasmas

Es para llorar que apuntamos los fusiles sobre el día
Y sobre nuestra memoria de carne
Es para llorar que apreciamos nuestros huesos
y a la muerte sentada junto a la novia
Escondemos nuestra voz de todas las noches
Porque acarreamos la desgracia
Escondemos nuestras miradas bajo las alas de las piedras
Respiramos más suavemente que el cielo en el molino
Tenemos miedo

Nuestro cuerpo cruje en el silencio
Como el esqueleto en el aniversario de su muerte
Es para llorar que buscamos palabras en el corazón
En el fondo del viento que hincha nuestro pecho
En el milagro del viento lleno de nuestras palabras

La muerte está atornillada a la vida
Los astros se alejan en el infinito y los barcos en el mar
Las voces se alejan en el aire vuelto hacia la nada
Los rostros se alejan entre los pinos de la memoria
Y cuando el vacío está vacío bajo el aspecto irreparable
El viento abre los ojos de los ciegos
Es para llorar para llorar

Nadie comprende nuestros signos y gestos de largas raíces
Nadie comprende la paloma encerrada en nuestras palabras
Paloma de nube y de noche
De nube en nube y de noche en noche
Esperamos en la puerta el regreso de un suspiro
Miramos ese hueco en el aire en que se mueven los que
aún no han nacido

Ese hueco en que quedaron las miradas de los ciegos estatuarios
Es para poder llorar es para poder llorar
Porque las lágrimas deben llover sobre las mejillas de la tarde

Es para llorar que la vida es tan corta
Es para llorar que la vida es tan larga

El alma salta de nuestro cuerpo
Bebemos en la fuente que hace ver los ojos ausentes
La noche llega con sus corderos y sus selvas intraducibles
La noche llega a paso de montaña
Sobre el piano donde el árbol brota
Con sus mercancías y sus signos amargos
Con sus misterios que quisiera enterrar en el cielo
La ciudad cae en el saco de la noche
Desvestida de gloria y de prodigios
El mar abre y cierra su puerta
Es para llorar para llorar
Porque nuestras lágrimas no deben separarse del buen camino

Es para llorar que buscamos la cuna de la luz
Y la cabellera ardiente de la dicha
Es la noche de la nadadora que sabe transformarse en fantasma
Es para llorar que abandonamos los campos de las simientes
En donde el árbol viejo canta bajo la tempestad como
la estatua del mañana

Es para llorar que abrimos la mente a los climas de impaciencia
Y que no apagamos el fuego del cerebro

Es para llorar que la muerte es tan rápida
Es para llorar que la muerte es tan lenta

Vicente Huidobro

El Golem

Si (como el griego afirma en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa,
en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo.

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de la Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo:
Esto es mi pie; esto el tuyo; esto la soga
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. ¿Cómo (se dijo)
pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?

¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?

En la hora de la angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?

Jorge Luis Borges.

Mañana de domingo

I. El placer de ir en bata, ya muy entrado el día,
El café y las naranjas, en una silla al sol,
La verde libertad del papagayo
Sobre un tapiz se funden para disipar
El sagrado silencio de un sacrificio antiguo.
Ella sueña un instante y siente
La oscura intromisión de esa vieja catástrofe
Como la calma se oscurece en las luces acuáticas.
Naranjas acres, y las brillantes alas
Verdes parecen cosas que en un cortejo fúnebre
Cruzan serpenteando un agua ancha, sin sonido.
El día es como un agua ancha, sin sonido,
Silenciado por el paso de sus pies soñadores
Por encima de océanos, hacia la silenciosa Palestina,
Dominio de la sangre y el sepulcro.

II. ¿Y por qué dar su tesoro a los muertos?
¿Qué es la divinidad si sólo acude
En sigilosas sombras y en el sueño?
¿No ha de hallar en el consuelo que da el sol, en los
Frutos acres, en las brillantes alas verdes,
U otro bálsamo o belleza terrena
Cosas que amar, como se ama el pensamiento
De los cielos? El dios debe habitar dentro de ella:
Pasiones de lluvia, o el ansia en la nieve que cae;
Dolores de soledad o un fervor insumiso
Cuando el bosque florece: algunas borrascosas emociones
Por húmedas carreteras en las noches de otoño;
Todo, placeres, penas, recordando
Las ramas del estío, los ramajes de invierno.
Éstas son las medidas de su alma.

III. Entre las nubes Júpiter fue a nacer, inhumano.
No amamantado por ninguna madre, ninguna tierra dulce
Dio porte distinguido a su mítica mente.
Anduvo entre nosotros como
Un rey magnífico y gruñón en medio de sus súbditos,
Hasta que nuestra sangre virginal, mezclada con el cielo
Satisfizo el deseo de tal modo que los súbditos mismos
Quisieron percibirle en una estrella.
¿Irá al fracaso nuestra sangre? ¿O se convertirá
En la sangre, tal vez, del paraíso? ¿Semejará la tierra
Todo lo que del paraíso hemos de conocer?
El firmamento será entonces más amistoso de lo que es ahora,
Una parte trabajo, otra parte, dolor,
y casi tan glorioso como un amor sin fin,
No este azul tan hostil e indiferente.

IV. Dice ella: "Me siento contenta cuando los pájaros al despertarse
y antes de alzar el vuelo, prueban la realidad
De neblinosos campos, con sus dulces preguntas;
Pero cuando se han ido y sus cálidos campos
Ya no regresan nunca, ¿dónde encontrar el paraíso?"
No existe guarida alguna para las profecías,
Ni la vieja quimera del sepulcro,
Tampoco el áureo subterráneo, ni melodiosa isla
En donde los espíritus vuelvan al hogar,
Ni visionario sur, ni sombría palmera que haya perdurado
Allá remota sobre alguna colina celestial
Lo que el verde de abril; o que perdure
Cuanto sus recuerdos de pájaros despiertos,
O su deseo de junio y del atardecer, anunciado
Por la consunción del vuelo de la golondrina.

V. Dice ella: "Sin embargo en la satisfacción aún siento
La falta de un deleite que jamás pereciese".
La muerte es madre de belleza; de ahí que sólo ella
Pueda hacer realizables nuestros sueños
y nuestros deseos, aunque nos esparza
Hojas de destrucción por los caminos,
El del negro dolor, los múltiples caminos
Donde tañía el triunfo sus metálicos sones
O el amor susurraba apenas de ternura,
Ella hace que el sauce tiemble al sol para aquellas muchachas
Que solían sentarse y, abandonadas, contemplar la hierba
Bajo sus pies. Induce a los muchachos
A amontonar las peras, las ciruelas maduras
Sobre una fuente descuidada. Las muchachas las prueban
y apasionadamente se dispersan sobre las hojas en desorden.

VI. ¿No habrá en el paraíso otro tipo de muerte?
¿No cae la fruta cuando madura, o cuelgan
Las ramas siempre grávidas en el cielo perfecto,
Inmutable, aunque tan parecido a nuestra tierra mortal,
Con ríos como los nuestros, siempre en busca de mares
Que nunca encuentran, de las mismas playas menguantes
Que nunca tocan con un dolor inexpresable?
¿Por qué plantar allí el peral, sobre aquellos ribazos,
O perfumar las playas con el aroma del ciruelo?
¡Ay, que luzcan allí nuestros colores,
La trama sedosa de nuestros atardeceres,
Y suenen las cuerdas de insípidos laúdes!...
La muerte es mística madre de belleza,
En cuyo seno ardiente inventamos
A nuestras madres terrenales, despiertas, esperando.

VII. Ágil y turbulento, un círculo de hombres
Cantará entre la orgía de una mañana de verano
Su borrascosa devoción al sol,
No como un dios, sino como podría ser un dios,
Desnudo entre ellos, como fuente salvaje.
Su canto habrá de ser canto de paraíso,
Salido de su sangre, de regreso al cielo;
y entrarán en su canto con cada una de las voces
El lago ventoso donde goza el señor,
Árboles como serafines y colinas con ecos
Que reverberan en coro hasta mucho después.
Ellos conocerán la amistad celestial
De los hombres que mueren y de la mañana de estío.
y el rocío sobre sus pies será el que muestre
De dónde vienen y hacia dónde van.

VIII. Ella escucha, sobre ese agua sin sonido,
Cómo grita una voz: "La tumba en Palestina
No es Pórtico de espíritus que se demoren.
Es tumba de Jesús, donde yació".
Vivimos en el viejo caos del sol,
O en la vieja dependencia del día y de la noche,
O en soledad de isla, libres y sin tutela
De esas anchas aguas de las que no podemos escapar.
Los ciervos recorren nuestros montes y la codorniz
Silba en torno a nosotros sus espontáneos gritos;
Dulces bayas maduran en el páramo,
Y en el cielo aislado, cuando cae la tarde,
Casuales bandadas de palomas describen
Equívocas ondulaciones, al hundirse en la sombra
Con las alas abiertas.

Wallace Stevens

Sueño para el invierno

a ella...

En el invierno viajaremos en un vagón de tren
con asientos azules.
Seremos felices. Habrá un nido de besos
oculto en los rincones.
Cerrarán sus ojos para no ver los gestos
en las últimas sombras,
esos monstruos huidizos, multitudes oscuras
de demonios y lobos.
Y luego en tu mejilla sentirás un rasguño...
un beso muy pequeño como una araña suave
correrá por tu cuello...
Y me dirás: «¡búscala!», reclinando tu cara
-y tardaremos mucho en hallar esa araña,
por demás indiscreta.

Arthur Rimbaud

Adiós.

En costa lejana
y en mar de Pasión,
dijimos adioses
sin decir adiós.
Y no fue verdad
la alucinación.
Ni tú la creíste
ni la creo yo,
«y es cierto y no es cierto»
como en la canción.
Que yendo hacia el Sur
diciendo iba yo:
«Vamos hacia el mar
que devora al Sol».
Y yendo hacia el Norte
decía tu voz:
«Vamos a ver juntos
donde se hace el Sol».
Ni por juego digas
o exageración
que nos separaron
tierra y mar, que son
ella, sueño y el
alucinación.
No te digas solo
ni pida tu voz
albergue para uno
al albergador.
Echarás la sombra
que siempre se echó,
morderás la duna
con paso de dos...
Para que ninguno,
ni hombre ni dios,
nos llame partidos
como luna y sol;
para que ni roca
ni viento errador,
ni río con vado
ni árbol sombreador,
aprendan y digan
mentira o error
del Sur y del Norte,
del uno y del dos!

Gabriela Mistral

De la novela Paradiso.

"Cuando estás parado parece que estás creciendo, pero hacia dentro, hacia el sueño. Nadie se puede dar cuenta de ese crecimiento". (Paradiso Cap V. p 90).


"Se decide antes que yo, llega antes que yo, me doy cuenta que es un animal más fino. No siento deseos de irritarlo, sino de acatarlo. Me gustaría que me confiase secretos. No quisiera pincharlo, sino si le pasase algo desagradable, si lo asaltasen en el campo unos ladrones y lo amarrasen a un árbol, me gustaría ser el que lo zafase, el que lo ayudó a zafar en nudo, y sin que él me dijese nada, ni siquera las gracias, pero que existiese ese hecho, eso que a mí me parecería buena suerte, buena sangre para unos cuantos días. No hacerle ningún daño yo, sino que se lo haga otro, entonces llegar yo para ayudarlo, cortar las cuerdas de la silla donde lo amarraron". (Paradiso Cap V p 90).


"Un día vi en el zoológico un oso tibetano, se siente siempre intranquilo, aunque nada a su alrededor tienda a irritarlo, gira, persigue un enemigo que no llega, enarca las orejas, escarba, mira con odio a una invisible fruta que descuelga. Exteriormente impasible, pero por dentro la inútil intranquilidad del oso tibetano. ¿Cuál será su sueño? ¿Cómo hacer que ocurran al mismo tiempo la amistad visible y la enemistad invisible?" (Cap V p 91).


"Abrió la puerta, que lucía tatuajes de fórmulas matemáticas y variantes grotescas del frenesí. Un cuerpo extendido en su mediodía perezoso, con un cabrito escondido detrás de un cocotero, con una inscripción semiborrada, que por su encadenamiento semicircular parecía surgiendo del menguante: Qué tu sombra me apriete. Olaya estaba desnudamente dormido, la ropa hinchada por el descuido, náufrago que ha puesto su ropa al fuego. Apoyada la espalda en la pared donde crecía el esternón del plomo de la ducha. Detenida entre el índice y el anillo de la mano derecha, la flor del sexo pendía en el hastío final de la desnudez, cuando el sueño comienza a inclinarnos en la primera victoria de Angra Mainyu, que despierta como la muerte. (Cap V p 94).


"Divisó sentada en los bancos del parque, sorpresa mayor de la noche, a la defensora tenaz de la pitahaya. Para mitigar la sorpresa se apoyó por detrás del banco. Estaba aún el lapicero, viendo cómo los resortes no entreabrían las distintas pintas. Repasaba el lapicero con cariño, como con recuerdos. Cuando Olaya se le hizo visible, éste tomó la pequeña fuente de colores. Las puntas de los resortes terminaban ahora al instante sus distintas lenguas. Se sentó a su lado y le interpuso una hoja de papel para el aprendizaje del flautín de cuatro elementales notas de color. Viéndole aún voluptuosamente torpe, le tomó la mano y se la guiaba por los laberintos de redondillas. Después la fue ciñendo, al principio un poco de temblor, que le producía gozosos escalofríos; después, con armoniosa confianza, como quien toma el fragmento de las asignaciones. Ella comenzó a contar. Con la linda torpeza con que no le respondían en el lapicero las lenguas coloreadas, su lengua decía sin compuertas y sin inhibiciones. No se defendía, no sabía defenderse; podía atacar al viejo de la pitahaya, a lo que le fuera nieve indiferente y fea, pero no a lo que viniera sobre ella con gusto y claridad". (Paradiso. C V p102).


"En la alquimia china se intenta reemplazar los cuerpos por su color, manteniendo ése la mismas cualidades del cuerpo sobre el que se aposenta. Es decir, el cinabrio que se asemeja en la alquimia china a la sangre, es reemplazado por el pájaro escarlata de los cinco colores. Se le mezcla en el caldero con el líquido hirviente y comienzan las metamorfosis de los cinco colores: blanco, amarillo, negro, verde y rojo. Cada uno de los cinco dragones que representan los cinco colores, pierden su figura y se convierten en sucesión de color, en sus incesantes mutaciones. La sustancia hirviente comienza a fraccionarse en estalactitas, en una formación tan irregular, dice la fórmula alquímica, como una dentadura de perro. Aparecen variaciones rocosas que se apoyan sucesivamente. Ése es el momento que tiene que ser captado por el pintor chino". (Paralelos. La pintura y la poesía en Cuba (siglos XVIII Y XIX) En: La materia Artizada P 126).


"Los primeros días vengaba su soledad acostándose en la cama camera y contemplándose anadiomena en el espejo. A medida que fue asegurando las proporciones y números claves de la cronología de regreso de la prima, fue extendiéndose por los corredores. Ahora se sentaba frente al caserón colonial hasta que empezaba la verdad de la noche, allá por las doce y media. El ceñimiento de Olaya había alcanzado la vía unitiva. Se veía que para los dos aquél sería un día mayor en las secesiones lunares. La defensora de la pitahaya se desmayaba sobre su hombro, comenzando a gemir". (Paradiso C V p102).


"Un error de su naturaleza lo llevaba a mostrarse inexorable cuando se esperaba algo de él, tenía que aparecer la sobreabundancia, en la sorpresa, su intervención tenía que sentirla como un sortilegio. Pero Rialta no se decidió a intervenir en ese laberinto, y soltó su pregunta, vibrándole el cuerpo por el amor de iniciar un tema sin desarrollo mélodico:- ¿Quién era el amigo que te acompañaba?". (Paradiso C VP 108).


"-Venga a estudiar con Albertico por la noche- le dijo Andrés Olaya a José Eugenio-. Después Rialta toca el piano y nos trae el chocolate. Matemática, música y chocolate, excelentes divinidades para su edad". (Paradiso CV 112).

Capitulo IX.


“-Mientras esperaba tu regreso, pensaba en tu padre y pensaba en ti, rezaba el rosario y me decía: ¿Qué le diré a mi hijo cuando regrese de ese peligro? El paso de cada cuenta del rosario, era el ruego de que una voluntad secreta te acompañase a lo largo de la vida, que siguieses un punto, una palabra, que tuvieses una obsesión que te llevase siempre a buscar lo que se manifiesta y lo que se oculta. Una obsesión que nunca destruyese las cosas, que buscase en lo manifestado lo oculto, en lo secreto que asciende para que la luz lo configure (…) Óyeme lo que te voy a decir: No rehúses el peligro, pero intenta siempre lo más difícil. Hay el peligro que enfrentamos como una sustitución, hay también el peligro que no engendra ningún nacimiento en nosotros, el peligro sin epifanía. Pero cuando el hombre, a través de sus días, ha intentado lo más difícil, sabe que ha vivido en peligro, aunque su existencia haya sido silenciosa, aunque la sucesión de su oleaje haya sido manso, sabe que ese día que le ha sido asignado para su transfigurarse, verá, no los peces dentro del fluir, lunarejos en la movilidad, sino los peces en la canasta estelar de la eternidad”. (231)“La muerte de tu padre pudo atolondrarme y destruirme, en el sentido de que me quedé sin respuesta para el resto de mi vida, pero yo sabía que no me enfermaría, porque siempre conocí que un hecho de esa totalidad engendraría un oscuro que tendría que ser aclarado en la transfiguración que exhala la costumbre de intentar lo más difícil, desaparecer, vivir tan sólo en el hecho potencial de la vida de mis hijos. A mí ese hecho, como te decía, de la muerte de tu padre me dejó sin respuesta, pero siempre he soñado, y esa ensoñación será siempre la raíz de mi vivir, que esa sería la causa profunda de tu testimonio, de tu dificultad intentada como transfiguración, de tu respuesta. Algunos impostores pensarán que yo nunca dije estas palabras, que tú las has intencionado, pero cuando tú des la respuesta por el testimonio, tú y yo sabremos que sí las dije y que las diré mientras viva y que tú las seguirás diciendo después que me haya muerto”. (231) “Serían las cuatro y media de la mañana cuando Cemí volvió a su cuarto de estudio. Las palabras que le había oído a su madre, le habían comunicado un alegre orgullo. El orgullo consiste en seguir el misterio de una vocación, la humildad dichosa de seguir en un laberinto como si oyéramos una cantata de gracia, no la voluntad haciendo ejercicio de soga. (…)”. (231)

Lezama Lima

57. En: Tres.

57. Soñé que Georges Perec tenía tres años y lloraba desconsoladamente. Yo intentaba calmarlo. Lo tomaba en brazos, le compraba golosinas, libros para pintar. Luego nos íbamos al Paseo Marítimo de Nueva York y mientras él jugaba en el tobogán yo me decía a mí mismo: no sirvo para nada, pero serviré para cuidarte, nadie te hará daño, nadie intentará matarte. Después se ponía a llover y volvíamos tranquilamente a casa. ¿Pero dónde estaba nuestra casa?

Roberto Bolaño

Trilce

IX

Vusco volvvver de golpe el golpe.
Sus dos hojas anchas, su válvula
que se abre en suculenta recepción
de multiplicando a multiplicador,
su condición excelente para el placer,
todo avía verdad.

Busco volvver de golpe el golpe.
A su halago, enveto bolivarianas fragosidades
a treintidós cables y sus múltiples,
se arrequintan pelo por pelo
soberanos belfos, los dos tomos de la Obra,
y no vivo entonces ausencia,
ni al tacto.

Fallo bolver de golpe el golpe.
No ensillaremos jamás el toroso Vaveo
de egoísmo y de aquel ludir mortal
de sábana,
desque la mujer esta
¡cuánto pesa de general!

Y hembra es el alma de la ausente.
Y hembra es el alma mía.


César Vallejos

Tarde de Hospital

Sobre el campo el agua mustia
cae fina, grácil, leve;
con el agua cae angustia:
llueve

Y pues solo en amplia pieza,
yazgo en cama, yazgo enfermo,
para espantar la tristeza,
duermo.

Pero el agua ha lloriqueado
junto a mí, cansada, leve;
despierto sobresaltado:
llueve

Entonces, muerto de angustia
ante el panorama inmenso,
mientras cae el agua mustia,
pienso.

Carlos Pezoa Veliz

Oda a Federico García Lorca.

Si pudiera llorar de miedo en una casa sola,
si pudiera sacarme los ojos y comérmelos,
lo haría por tu voz de naranjo enlutado
y por tu poesía que sale dando gritos.

Porque por ti pintan de azul los hospitales
y crecen las escuelas y los barrios marítimos,
y se pueblan de plumas los ángeles heridos,
y se cubren de escamas los pescados nupciales,
y van volando al cielo los erizos:
por ti las sastrerías con sus negras membranas
se llenan de cucharas y de sangre
y tragan cintas rotas, y se matan a besos,
y se visten de blanco.

Cuando vuelas vestido de durazno,
cuando ríes con risa de arroz huracanado,
cuando para cantar sacudes las arterias y los dientes,
la garganta y los dedos,
me moriría por lo dulce que eres,
me moriría por los lagos rojos
en donde en medio del otoño vives
con un corcel caído y un dios ensangrentado,
me moriría por los cementerios
que como cenicientos ríos pasan
con agua y tumbas,
de noche, entre campanas ahogadas:
ríos espesos como dormitorios
de soldados enfermos, que de súbito crecen
hacia la muerte en ríos con números de mármol
y coronas podridas, y aceites funerales:
me moriría por verte de noche
mirar pasar las cruces anegadas,
de pie llorando,
porque ante el río de la muerte lloras
abandonadamente, heridamente,
lloras llorando, con los ojos llenos
de lágrimas, de lágrimas, de lágrimas.

Si pudiera de noche, perdidamente solo,
acumular olvido y sombra y humo
sobre ferrocarriles y vapores,
con un embudo negro,
mordiendo las cenizas,
lo haría por el árbol en que creces,
por los nidos de aguas doradas que reúnes,
y por la enredadera que te cubre los huesos
comunicándote el secreto de la noche.

Ciudades con olor a cebolla mojada
esperan que tú pases cantando roncamente,
y silenciosos barcos de esperma te persiguen,
y golondrinas verdes hacen nido en tu pelo,
y además caracoles y semanas,
mástiles enrollados y cerezas
definitivamente circulan cuando asoman
tu pálida cabeza de quince ojos
y tu boca de sangre sumergida.

Si pudiera llenar de hollín las alcaldías
y, sollozando, derribar relojes,
sería para ver cuándo a tu casa
llega el verano con los labios rotos,
llegan muchas personas de traje agonizante,
llegan regiones de triste esplendor,
llegan arados muertos y amapolas,
llegan enterradores y jinetes,
llegan planetas y mapas con sangre,
llegan buzos cubiertos de ceniza,
llegan enmascarados arrastrando doncellas
atravesadas por grandes cuchillos,
llegan raíces, venas, hospitales,
manantiales, hormigas,
llega la noche con la cama en donde
muere entre las arañas un húsar solitario,
llega una rosa de odio y alfileres,
llega una embarcación amarillenta,
llega un día de viento con un niño,
llego yo con Oliverio, Norah
Vicente Aleixandre, Delia,
Maruca, Malva Marina, María Luisa y Larco,
la Rubia, Rafael Ugarte,
Cotapos, Rafael Alberti,
Carlos, Bebé, Manolo Altolaguirre,
Molinari,
Rosales, Concha Méndez,
y otros que se me olvidan.
Ven a que te corone, joven de la salud
y de la mariposa, joven puro
como un negro relámpago perpetuamente libre,
y conversando entre nosotros,
ahora, cuando no queda nadie entre las rocas,
hablemos sencillamente como eres tú y soy yo:
para qué sirven los versos si no es para el rocío?

Para qué sirven los versos si no es para esa noche
en que un puñal amargo nos averigua, para ese día,
para ese crepúsculo, para ese rincón roto
donde el golpeado corazón del hombre se dispone a morir?

Sobre todo de noche,
de noche hay muchas estrellas,
todas dentro de un río
como una cinta junto a las ventanas
de las casas llenas de pobres gentes.

Alguien se les ha muerto, tal vez
han perdido sus colocaciones en las oficinas,
en los hospitales, en los ascensores,
en las minas,
sufren los seres tercamente heridos
y hay propósito y llanto en todas partes:
mientras las estrellas corren dentro de un río interminable
hay mucho llanto en las ventanas,
los umbrales están gastados por el llanto,
las alcobas están mojadas por el llanto
que llega en forma de ola a morder las alfombras.

Federico,
tú ves el mundo, las calles,
el vinagre,
las despedidas en las estaciones
cuando el humo levanta sus ruedas decisivas
hacia donde no hay nada sino algunas
separaciones, piedras, vías férreas.

Hay tantas gentes haciendo preguntas
por todas partes.
Hay el ciego sangriento, y el iracundo, y el
desanimado,
y el miserable, el árbol de las uñas,
el bandolero con la envidia a cuestas.

Así es la vida, Federico, aquí tienes
las cosas que te puede ofrecer mi amistad
de melancólico varón varonil.
Ya sabes por ti mismo muchas cosas.
Y otras irás sabiendo lentamente.

Pablo Neruda

El hombre y el mar.

Hombre libre, ¡tú siempre preferirás la mar!
Es tu espejo la mar; y contemplas tu alma
En el vaivén sin fin de su lámina inmensa,
Y tu espíritu no es menos amargo abismo.

Y gozas sumergiéndote al fondo de tu imagen;
Tus miembros la acarician y hasta tu corazón
Se olvida por momentos de su propio rumor
Ante el hondo quejido indomable y salvaje.

Ambos sois tenebrosos a la vez que discretos:
Hombre, nadie ha explorado tus abisales fondos,
¡Oh mar, nadie conoce tus íntimas riquezas,
Tanto guardáis, celosos, vuestros propios secretos!

Y entretanto han pasado innumerables siglos
Desde que os combatís sin tregua ni piedad,
Hasta tal punto amáis la muerte y la matanza
¡Oh eternos gladiadores, oh implacables hermanos!

Baudelaire.

La luz del mundo.

Kaya ahora, necesito kaya ahora
Necesito kaya ahora,
Porque cae la lluvia
Bob Marley

Marley cantaba rock en el estéreo del autobús
y aquella belleza le hacía en voz baja los coros.
Yo veía dónde las luces realzaban, definían,
Los planos de sus mejillas; si esto fuera un retrato
Se dejarían los claroscuros para el final, esas luces
Transformaban en seda su negra piel; yo habría añadido un
pendiente,
algo sencillo, en otro bueno, por el contraste, pero ella
no llevaba joyas. Imaginé su aroma poderoso y
dulce, como el de una pantera en reposo,
y su cabeza era como mínimo un blasón.
Cuando me miró, apartando luego la mirada educadamente
porque mirar fijamente a los desconocidos no es de buen
gusto,
era como una estatua, como un Delacroix negro
La Libertad guiando al pueblo, la suave curva
del blanco de sus ojos, la boca en caoba tallada,
su torso sólido, y femenino,
pero gradualmente hasta eso fue desapareciendo en el
atardecer, excepto la línea
de su perfil, y su mejilla realzada por la luz,
y pensé, ¡Oh belleza, eres la luz del mundo!
No fue la única vez que se me vino a la cabeza la frase
en el autobús de dieciséis asientos que traqueteaba entre
Gros-Islet y el Mercado, con su crujido de carbón
y la alfombra de basura vegetal tras las ventas del sábado,
y los ruidosos bares de ron, ante cuyas puertas de brillantes
colores
se veían mujeres borrachas en las aceras, lo más triste del
mundo,
recorriendo a tumbos su semana arriba, a tumbos su semana
abajo.

El mercado, al cerrar aquella noche del Sábado,
me recordaba una infancia de errantes faroles
colgados de pértigas en las esquinas de las calles, y el viejo
estruendo
de los vendedores y el tráfico, cuando el farolero trepaba,
enganchaba una lámpara en su poste y pasaba a otra,
y los niños volvían el rostro hacia su polilla, sus
ojos blancos como sus ropas de noche; el propio mercado
estaba encerrado en su oscuridad ensimismada
y las sombras peleaban por el pan en las tiendas,
o peleaban por el hábito de pelear
en los eléctricos bares de ron. Recuerdo las sombras.

El autobús se llenaba lentamente mientras oscurecía en la
estación.
Yo estaba sentado en el asiento delantero, me sobraba tiempo.
Miré a dos muchachas, una con un corpiño
y pantalones cortos amarillos, una flor en el cabello,
y sentí una pacífica lujuria; la otra era menos interesante.
Aquel anochecer había recorrido las calles de la ciudad
donde había nacido y crecido, pensando en mi madre
con su pelo blanco teñido por la luz del atardecer,
y las inclinadas casas de madera que parecían perversas
en su retorcimiento; había fisgado salones
con celosías a medio cerrar, muebles a oscuras,
poltronas, una mesa central con flores de cera,
y la litografía del Sagrado Corazón,
buhoneros vendiendo aún a las calles vacías:
dulces, frutos secos, chocolates reblandecidos, pasteles de
nuez, caramelos.

Una anciana con un sombrero de paja sobre su pañuelo
se nos acercó cojeando con una cesta; en algún lugar,
a cierta distancia, había otra cesta más pesada
que no podía acarrear. Estaba aterrada.
Le dijo al conductor: "Pas quittez moi a terre",
Que significa, en su patois: "No me deje aquí tirada",
Que es, en su historia y en la de su pueblo:
"No me deje en la tierra" o, con un cambio de acento:
"No me deje la tierra" [como herencia];
"Pas quittez moi a terre, transporte celestial,
No me dejes en tierra, ya he tenido bastante".
El autobús se llenó en la oscuridad de pesadas sombras
que no deseaban quedarse en la tierra; no, que serían
abandonadas
en la tierra y tendrían que buscarse la vida.
El abandono era algo a lo que se habían acostumbrado.

Y yo les había abandonado, lo supe allí,
sentado en el autobús, en la media luz tranquila como el
mar,
con hombres inclinados sobre canoas, y las luces naranjas
de la punta de Vigie, negras barcas en el agua;
yo, que nunca pude dar consistencia a mi sombra
para convertirla en una de sus sombras, les había dejado su
tierra,
sus peleas de ron blanco y sus sacos de carbón,
su odio a los capataces, a toda autoridad.
Me sentía profundamente enamorado de la mujer junto a
la ventana.
Quería marcharme a casa con ella aquella noche.
Quería que ella tuviera la llave de nuestra cabaña
junto a la playa en Gros-Ilet; quería que se pusiese
un camisón liso y blanco que se vertiera como agua
sobre las negras rocas de sus pechos, yacer
simplemente a su lado junto al círculo de luz de un quinqué
de latón
con mecha de queroseno, y decirle en silencio
que su cabello era como el bosque de una colina en la
noche,
que un goteo de ríos recorría sus axilas,
que le compraría Benin si así lo deseaba,
y que jamás la dejaría en la tierra. Y decírselo también a los
otros.

Porque me embargaba un gran amor capaz de hacerme
romper en llanto,
y una pena que irritaba mis ojos como una ortiga,
temía ponerme a sollozar de repente
en el transporte público con Marley sonando,
y un niño mirando sobre los hombros
del conductor y los míos hacia las luces que se aproximaban,
hacia el paso veloz de la carretera en la oscuridad del campo,
las luces en las casas de las pequeñas colinas,
y la espesura de estrellas; les había abandonado,
les había dejado en la tierra, les dejé para que cantaran
las canciones de Marley sobre una tristeza real como el olor
de la lluvia sobre el suelo seco, o el olor de la arena mojada,
y el autobús resultaba acogedor gracias a su amabilidad,
su cortesía, y sus educadas despedidas

a la luz de los faros. En el fragor,
en la música rítmica y plañidera, el exigente aroma
que procedía de sus cuerpos. Yo quería que el autobús
siquiera su camino para siempre, que nadie se bajara
y dijera buenas noches a la luz de los faros
y tomara el tortuoso camino hacia la puerta iluminada,
guiado por las luciérnagas; quería que la belleza de ella
penetrara en la calidez de la acogedora madera,
ante el aliviado repiquetear de platos esmaltados
en la cocina, y el árbol en el patio,
pero llegué a mi parada. Delante del Hotel Halcyon.
El vestíbulo estaría lleno de transeúntes como yo.
Luego pasearía con las olas playa arriba.
Me bajé del autobús sin decir buenas noches.
Ese buenas noches estaría lleno de amor inexpresable.
Siguieron adelante en su autobús, me dejaron en la tierra.

Entonces, un poco más allá, el vehículo se detuvo. Un
hombre
gritó mi nombre desde la ventanilla.
Caminé hasta él. Me tendió algo.
Se me había caído del bolsillo una cajetilla de cigarrillos.
Me la devolvió. Me di la vuelta para ocultar mis lágrimas.
No deseaban nada, nada había que yo pudiera darles
salvo esta cosa que he llamado "La Luz del Mundo".

Derek Walcott

VIII

Un mediodía de final de primavera
tuve un sueño como una fotografía
Vi a Jesucristo bajar a la tierra.

Venía por la ladera de un monte
hecho niño de nuevo,
corriendo y revolcándose por la hierba
y arrancando flores para después tirarlas
y riéndose para que se le oyera lejos.

Había huido del cielo.
Era demasiado nuestro para fingirse
la segunda persona de la trinidad.
En el cielo todo es falso, todo está en desacuerdo
con flores y árboles y piedras.
En el cielo hay que estar siempre serio
y de vez en cuando volverse hombre de nuevo
y subir a la cruz y estar siempre muriendo
con una corona alrededor toda de espinos
y enclavados los pies con un clavo trabal
y hasta con un trapo rodeándole la cintura
como los negros de las ilustraciones.
Ni siquiera lo dejaban tener padre y madre
como a todos los niños.
Su padre era dos personas:
un viejo llamado José, que era carpintero,
y que no era su padre;
y el otro padre era una paloma estúpida,
la única paloma fea del mundo
porque ni era del mundo ni era paloma.
Y su madre no había amado antes de tenerlo.
No era mujer: era una maleta
en la que él había venido del cielo.
¡Y querían que él, tan sólo de madre nacido
y sin un padre al que amar con respeto,
predicase la bondad y la justicia!


Un día en que Dios estaba durmiendo
y el Espíritu Santo andaba volando,
fue a la caja de los milagros y robó tres.
Con el primero hizo que nadie supiese que había huido.
Con el segundo se creó eternamente humano y niño.
Con el tercero creó un Cristo eternamente en la cruz
y lo dejó clavado en la cruz que hay en el cielo
y sirve de modelo a las demás.
Después huyó hacia el sol
y bajó por el primer rayo que atrapó.

Hoy vive conmigo en mi aldea.
Es un niño hermoso cuando ríe y natural.
Se limpia la nariz en el brazo derecho,
chapotea en los charcos,
coge las flores y le gustan y las olvida.
Le tira piedra a los burros,
roba la fruta de los árboles
y huye, llorando y gritando, de los perros.

Y, porque sabe que no les gusta
y que todo el mundo le hace gracia,
corre tras las muchachas
que van en grupo por los caminos
con los cántaros en la cabeza
y les levanta las faldas.

A mí me lo ha enseñado todo.
Me ha enseñado a mirar a las cosas.
Me señala todas las cosas que hay en las flores.
Me muestra lo alegre que son las piedras
cuando las tenemos en la mano
y las miramos despacio.

Me habla muy mal de Dios.
Dice que es un viejo estúpido y enfermo,
siempre escupiendo en el suelo
diciendo indecencias.
La Virgen María pasa las tardes de la eternidad haciendo calceta.
Y el Espíritu Santo se rasca con el pico,
se pavonea subido en las sillas y las ensucia.
En el cielo todo es estúpido, y como en la Iglesia Católica.
Me dice que Dios no entiende nada
de las cosas que creó
-"Si es que él las creó, que lo dudo"-.
"Él dice, por ejemplo, que los seres cantan su gloria,
pero los seres no cantan nada.
Si cantaran serían cantores.
Los seres existen y nada más,
por eso se llaman seres."

Y después, cansado de hablar mal de Dios,
el Niño Jesús se me duerme en los brazos
y en brazos lo llevo para casa.

.........................................................................................

Vive conmigo en mi casa, mediado ya el otero.
Es el Eterno Niño, es el dios que faltaba.
Es lo humano natural,
es lo divino que sonríe y que juega,
Y por eso yo sé con toda certeza
que él es el Niño Jesús verdadero.

Y el niño tan humano que es divino
es ésta mi cotidiana vida de poeta,
y porque él siempre va conmigo es por lo que yo soy poeta siempre,
y por lo que mi mínima mirada
me llena de sensación,
y el más pequeño sonido, sea de lo que fuere,
parece hablar conmigo.

El Niño Nuevo que habita donde vivo
me da una mano a mí
y la otra a todo cuanto existe,
y así vamos los tres por el camino
saltando y cantando y riendo
y gozando nuestro común secreto,
que es el saber en cualquier parte
que no hay misterio en el mundo
y que todo vale la pena.

El niño eterno me acompaña siempre.
La dirección de mi mirada es la que señala su dedo.
Mi oído atento alegremente a todos los sonidos
son las cosquillas que él me hace, jugando, en las orejas.

Nos llevamos tan bien el uno con el otro
en compañía de todo
que nunca pensamos el uno en el otro,
pero vivimos juntos siendo dos
con un acuerdo íntimo
como la mano derecha y la izquierda.

Cuando anochece jugamos a cantillos
en el escalón de la puerta de casa,
serios como conviene a un dios y a un poeta
y como si cada piedra
fuera todo un universo
y fuera por tanto un gran peligro para ella
dejarla caer al suelo.

Después le cuento historias de las cosas sólo propias de los hombres
y sonríe, porque todo es increíble.
Se ríe de los reyes y de los que no son reyes,
y le entristece oír hablar de guerras,
de negocios y de navíos
que se hacen humo en el aire de alta mar.
Porque sabe que todo eso carece de esa verdad
que tiene una flor cuando florece
y que con la luz del sol
va cambiando los montes y los valles
y haciendo que los muros encalados no duelan en los ojos.

Después se duerme y lo acuesto.
Lo llevo en brazos hacia dentro de casa
y lo echo en la cama, y lo desvisto lentamente,
como el que cumple un ritual muy limpio
y del todo materno, hasta quedar desnudo.

Duerme dentro de mi alma
pero a veces se despierta de noche
y juega con mis sueños.
Voltea a unos patas arriba,
pone a unos encima de los otros,
y aplaude él solo
sonriéndole a mi sueño.




Alberto Caeiro

Llamado del deseoso

Deseoso es aquel que huye de su madre.
Despedirse es cultivar un rocío para unirlo con la secularidad de la saliva.
La hondura del deseo no va por el secuestro del fruto.
Deseoso es dejar de ver a su madre.
Es la ausencia del sucedido de un día que se prolonga
y es la noche que esa ausencia se va ahondando como un cuchillo.
Es esa ausencia se abre una torre, en esa torre baila un fuego hueco.
y así se ensancha y la ausencia de la madre es un mar en calma.
Pero el huidizo no ve el cuchillo que le pregunta,
es la madre, de los postigos asegurados, de quien se huye.
Lo descendido en vieja sangre suena vacío.
La sangre es fría cuando desciende y cuando se esparce circulizada.
la madre es fría y está cumplida.
Si es por la muerte, su peso es doble y ya no nos suelta.
No es por las puertas donde se asoma nuestro abandono.
Es por un claro donde la madre sigue marchando, pero ya no nos sigue.
Es por un claro, allí se ciega y bien nos deja.
Ay del que no marcha esa marcha donde la madre ya no le sigue, ay.
No es desconocerse, el conocerse sigue furioso como en sus días,
pero el seguirlo sería quemarse dos en un árbol,
y ella apetece mirar el árbol como una piedra,
como una piedra con la inscripción de ancianos juegos.
Nuestro deseo no es alcanzar o incorporar un fruto ácido.
El deseoso es el huidizo.
Y de los cabezazos con nuestras madres cae el planeta centro de mesa
y ¿de dónde huimos, si no es de nuestras madres de quien huimos
que nunca quieren recomenzar el mismo naipe, la misma
noche de igual ijada descomunal?


José Lezama Lima

Los perros románticos

En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el espacio de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
Y aquí me voy a quedar.


Roberto Bolaño

Poema 5

Del brazo tuyo he bajado por lo menos
un millón de escaleras
y ahora que no estás, cada escalón es un vacío.
También así de breve fue nuestro largo viaje.

El mío aún continúa, mas ya no necesito
los trasbordos, los asientos reservados,
las trampas, los oprobios de quien cree
que lo que vemos es la realidad.

He bajado millones de escaleras dándote el brazo
y no porque cuatro ojos puedan ver más que dos.
Contigo las bajé porque sabía que de ambos
las únicas pupilas verdaderas,
aunque muy empañadas eran las tuyas.


Eugenio Montale